Canarias, cuenta con un tesoro varietal, como así lo han definido algunos especialistas, siendo objeto de estudio desde hace años, y hoy preparado para el gran despegue de la tan ansiada Denominación de Origen Protegida, que tanto han esperado agricultores, ingenieros, viticultores, investigadores, restauradores y aficionados en general.
Hacia 1955, Zubeldia y colaboradores de la Estación de Mejora de la Patata de Vitoria describen para Canarias hasta diez cultivares primitivos (16). En dicho trabajo se pone de manifiesto la existencia en dichas islas de un grupo relictual (siete cultivares) del grupo andigena; un cultivar (“negra”) triploide, del grupo chaucha de la región de Cuzco en Perú y único conocido con este nivel de ploidía fuera de la zona andina; un cultivar (“peluca colorada”) del grupo tuberosum primitivo, con ciertos caracteres intermedios; y finalmente un cultivar (“moruna”) identificado posteriormente como la alemana “ragis 6002″ del grupo tuberosum.
En estudios más recientes se han identificado y localizado otros cultivares antiguos, como la “mora”, que se corresponde con “juan álvarez”, “bonita llagada”, que se corresponde con “bonita rameada”, además de otros cultivares como “peluca blanca”, “peluca negra”, “negra blanca”, “negra oro” o “negrita”. Pero el estudio exhaustivo de todos los cultivares existentes en Canarias, la relación pormenorizada entre los mismos y la concordancia entre el conocimiento empírico de los agricultores y los resultados de los análisis, aún presenta lagunas que sería de gran interés y urgencia ir completando. Entre estas lagunas podemos comentar, como ejemplo, el hecho de que los estudios recientes se hayan centrado casi exclusivamente en la isla de Tenerife, o que, en algunos casos, los resultados de tales estudios no concuerdan con las diferenciaciones establecidas por los campesinos, etc. De otros cultivares, probablemente lo único que nos quede y para siempre sea su nombre.
Aparte de la descripción de Bandini en 1816, recogida al comienzo de este trabajo, el primer catálogo sobre la existencia de distintos cultivares de Solanum tuberosum en las islas Canarias aparece a mediados del siglo XIX, hacia 1868 (2 y 3), donde Álvarez Rixo menciona hasta 14 cultivares diferentes (ver Tabla). En aquella época ya se recibían en las islas aportes de los cultivares europeos, pertenecientes al grupo tuberosum, especialmente desde Inglaterra, Holanda e Irlanda, y posiblemente también desde España. Estos nuevos cultivares se plantarían junto con los mas antiguos del grupo andigena, ampliando el lote de los cultivares canarios. Esto queda reflejado en el catálogo mencionado, si se acepta la buena concordancia entre los nombres aparecidos en el siglo XIX y los actuales, como por ejemplo: “londreras”, “sietecueros” y “ojo de perdiz” (del grupo andigena); “blanca rosada” o “peluquera” y “blanca de ojo azul” (del grupo tuberosum); y “negra” (Solanum chaucha).
Muchos de los cultivares conocidos actualmente como antiguos pueden crecer de forma subespontánea, como papas de risa (riza) o redrojos: “peluquera”, “corralera”, “marruecas”, “yema de huevo”, “negra”, “peluca colorada”, etc.; muchas presentan una elevada fertilidad de los granos de polen (16) y una buena predisposición a la fructificación, lo cual, unido a su cultivo en ambientes que en ciertas características recuerdan a los de las zonas andinas de origen, permiten imaginar cierto grado de hibridación que han debido jugar algún papel en la aparición de nuevas variedades.
Si por otro lado se tiene en cuenta la curiosidad observada en los campesinos canarios de separar las distintas formas (por el color de la piel, por ejemplo) y sembrarlas independientemente, se puede entender la proliferación de distintos grupos, como en el caso de la “bonita” o de la “palmera”, mediante selección desde cultivares mas antiguos. Esto también se puede apreciar comparando las listas antiguas con las actuales, como para el caso del grupo de “bonita” (3).
La diversidad existente se manifiesta igualmente en otros aspectos, como maduración de cosecha, estación de cosecha, precocidad, latencia, adaptación, textura, sabor y materia seca (3 y 16). El cultivar “negra” de Tenerife es muy apreciado por su consistencia y sabor dulce, de igual forma que “gobernadora” de El Hierro; el cultivar “peluca”, por el contrario, es recomendado para personas diabéticas, con problemas de azúcar. Los cultivares “gomera”, “gobernadora” y grupo “bonita” resultan bastante apreciados para arrugar (guisado típico canario); otros, como “liria”, “bonita rosada tardía” o “londrera”, son de consistencia blanda y se deshacen en caldos apotajados, siendo muy apreciados por distintos campesinos.
El hecho de que Canarias haya sido encrucijada de las rutas comerciales Europa-América, junto a la orografía accidentada y montañosa de las islas como factor de aislamiento campesino, así como la posición geográfica hacia la zona subtropical, todo ello unido al celo que manifiestan los campesinos canarios por los cultivares antiguos, incluso frente a la llegada de otros más productivos, ha dado como resultado el que en la actualidad se conserve en estas islas un elevado número de cultivares, muchos de los cuales resultan autóctonos.
Esto queda reflejado en los inventarios actuales al mostrar cerca de una treintena de cultivares del grupo andigena antiguo, 3 ó 4 cultivares del tipo “negra” y cerca de una veintena de cultivares del grupo tuberosum antiguo. A esto habría que añadir los que tradicionalmente se vienen manteniendo sin aportación de “semilla” nueva de otros cultivares más modernos, tanto del grupo andigena (de Venezuela, Colombia, etc.) como del grupo tuberosum (procedentes de Europa).
La evaluación de la diversidad genética en Solanum tuberosum, así como en especies afines, se viene abordando en los últimos años desde distintos estudios moleculares como los isoenzimáticos (12 y 13). Esta técnica permite localizar formas alelomórficas que pueden ser utilizadas como marcadores varietales y podrían resultar de gran ayuda para la identificación y clasificación de los cultivares autóctonos canarios, pudiendo a su vez aclarar el grado varietal y establecer las relaciones de parentesco y posibles líneas filogenéticas.
Los cultivos tradicionales de papas se localizan principalmente hacia las medianías insulares, entre 200 y 800 m s.m. en las bandas del norte y hacia los 600-800 m s.m. en las del sur. Estas zonas se corresponden bastante bien con los territorios óptimos de los bosques termoesclerófilos de acebuchales, almacigales y sabinares (ambientes cálidos de semiáridos a secos), que describen un anillo circuninsular hacia los 200-600 m de cota, y los bosques de laurisilva (con ambientes menos calidos de subhúmedos a húmedos), que se sitúan por encima de aquéllos en la zona norte y noreste hasta los 1.200 m de cota. Los cultivos aparecen en pequeños bancales (terrazas, cadenas, bocados, etc.) en los bordes o de forma imbricada con las formaciones boscosas.
La diferenciación de las comunidades boscosas se traduce de forma aproximada, y según la terminología popular, en dos tipos de suelos diferentes para los cultivos: “tierras de barro” y “tierras de polvillo” respectivamente. Las tierras de barro, a cotas más bajas, son más apretadas, duras y cálidas, y coinciden con espacios más abiertos y con mejor luminosidad. Las tierras de polvillo son, por el contrario, más sueltas y con mayor aporte húmico, y están ligadas a la laurisilva siendo más frescas, húmedas y umbrosas.
Aunque no es regla general, existen cultivares que crecen mejor en un tipo u otro de suelo (la papa “negra” se cultiva preferentemente en tierras de barro en la franja del termoesclerófilo, en las bandas del sur de Tenerife; la “de baga” o “bonita rosada tardía” también produce mejor en este tipo de suelo, pero en las bandas del norte; por el contrario, la “londrera”, por ejemplo, se cría mejor en tierras de polvillo), pero existe cierto consenso en que las tierras de polvillo son mejores para la obtención de “semillas” y permiten controlar los niveles de virosis, mientras que las tierras de barro ofrecen mejores cosechas y mejores cualidades culinarias.
Esta observación empírica de los campesinos ha llevado con el tiempo a la existencia de una compleja red de intercambio y trasiego de “semillas” de unas zonas a otras, con un alto flujo desde las tierras altas, productoras de buena “semilla”, hacia las bajas, productoras de buenas cosechas. Resulta sorprendente comprobar cómo distintas variedades se mantienen con un nivel de sanidad bastante aceptable, por ejemplo “bonita blanca”, “borralla”, etc. (3), y de buena producción para las exigencias campesinas (aunque la misma sólo alcanza entre 1/3 y 1/2 de la de los cultivares comerciales).
Destacan como zonas de producción: en El Hierro, la zona de Nisdafe e Isora; en Lanzarote, la parte alta de los cantiles de Famara, los Tablones, Gallo, etc.; y en Tenerife tenemos referencias como zonas importantes de producción Erjos del Tanque, altos de la Guancha, Aguamansa, La Esperanza, así como las estribaciones altas del norte de Anaga: Carboneras, Taborno, etc. Zonas equivalentes se pueden encontrar también en La Palma y La Gomera, pero no disponemos de información avalada por los campesinos. En Gran Canaria y Fuerteventura los cultivos de papas antiguas y la cultura asociada a las mismas han desaparecido.
Si bien los cultivares antiguos canarios han sobrevivido y se han diversificado a lo largo de más de 400 años de avatares históricos, las condiciones actuales de reforma agraria y desarrollo económico, y la necesidad ineludible para los agricultores de participar en el mercado moderno competitivo, están llevando a que muchos de los cultivares antiguos vayan quedando totalmente olvidados. En este sentido cabe mencionar cómo en las II Jornadas Técnicas Regionales de la Papa, celebradas en Gran Canaria en 1985, se recomienda para el cultivo sólo variedades comerciales, como “spunta”, “cara”, “morene” o “claustar”, y en la Memoria anual (1985-86) de la Granja Agrícola Experimental de Gran Canaria se aportan como más productivos sólo cultivares comerciales como “cara”, “ailsa”, “456/3″ y “desiree”. En la campaña 1986-87, por ejemplo (y según datos de la Consejería de Agricultura y Pesca del Gobierno Autónomo Canario), la importación de papa de siembra para Canarias incluye los cultivares “king edward”, “up to date”, “cara”, “spunta”, “arran banner”, “kerr’s pink”, y en menor cantidad otras como “morene”, “desiree”, “alava”, “alberta”, “red cara”, “duquesa”, “belda”, “iturrieta”, “lora”, “kondor” y “marfona”, y esta oferta va variando y ampliándose año tras año. La ingeniería de la producción y mejora de cultivares ha alcanzado metas insospechadas, implicando no sólo a cultivares de “excelencia” reconocida sino también a otros grupos afines a tuberosum así como a otras especies silvestres relacionadas.
Actualmente los cultivares autóctonos sólo se conservan en sus lugares de cultivo tradicional y cada vez más acantonados, dependiendo exclusivamente de la curiosidad o de la añoranza de los campesinos más ancianos. Pero también, en distintos casos, se nos informó de la recuperación de determinados cultivares desde los nacidos “de risa”, como consecuencia de la mala “semilla” comercial importada (por podredumbre, congelación, muerte de los brotes, etc.), que llevaba a la pérdida total de la cosecha, o por la mala cosecha de los cultivares importados por eventos atmosféricos adversos.
Son sólo estos agricultores, con su apasionado apego a la tierra, los únicos guardianes de estos cultivos tradicionales, y son sólo ellos los que hasta ahora han evitado la pérdida de lo que consideramos un auténtico “banco de biodiversidad” de papas, cada vez más en peligro. Con ellos se están yendo de forma inexorable no sólo los distintos cultivares sino también la cultura asociada a los mismos y el saber arraigado de casi 500 años de historia y supervivencia.